Cada día, a las 12, Jim entraba a la iglesia solo un par de minutos y luego salía.
El sacristán, era muy curioso, un día detuvo a Jim y le preguntó:
— ¿A qué vienes cada día?
— Vengo a orar
— ¡Imposible! ¿Qué oración puedes decir en dos minutos?
— Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi manera.
— Pero, ¿qué dices?
— Digo: “Jesús, aquí estoy, soy Jim”. Y me voy. P
asaron los años. Jim, cada vez más viejo, enfermo, ingresó al hospital, en la sección de los pobres. Cuando parecía que Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera estaban cerca de su lecho.
— Jim, dinos ¿por qué desde que tú entraste a esta sección todo ha mejorado y la gente se ha puesto más contenta, feliz y amigable?
— No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por todas partes visitando a todos, los saludo, hablo un poco; cuando estoy en cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago felices a todos.
Con Jim están siempre felices.
— Y tú, ¿por qué eres feliz?
— Ustedes, cuando reciben a diario una visita, ¿no son felices?
— Claro. Pero ¿quién viene a visitarte? Nunca hemos visto a nadie.
— Cuando entré a esta sección les pedí dos sillas: una para ustedes, y otra reservada para mi huésped, ¿no ven?
— ¿Quién es tu huésped?
— Es Jesús. Antes iba a la iglesia a visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces, a las 12, Jesús viene.
— Y, ¿ qué te dice Jesús?
— Dice: “¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!”.
Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un gesto con su mano hacia la silla cercana a su cama, invitando a alguien a sentarse… Sonrió de nuevo y cerró los ojos.