En la mayoría de las células que componen nuestro organismo se encuentran unos pequeños elementos llamados mitocondrias, que son las encargadas de suministrar la energía necesaria para la actividad celular. Una característica de las mitocondrias es que tienen su propio ADN, distinto del ADN del núcleo de la célula.
Cuando se produce la fecundación, solamente entra en el óvulo el ADN nuclear del espermatozoide, pero no sus mitocondrias. Esto significa que, mientras los genes del nuevo ser son una mezcla de los genes de la madre y los del padre, el componente genético de las mitocondrias del nuevo hijo es exclusivamente de la madre. Es decir: todas y cada una de las mitocondrias de nuestro cuerpo son exactamente
iguales a las mitocondrias de nuestra madre. Y, por tanto, yendo hacia atrás en el tiempo, mis mitocondrias son iguales a las de mi abuela materna, iguales a las de mi bisabuela materna,
etc.
Conscientes de esto muchos científicos decidieron investigar las diferencias existentes entre las diversas razas de seres humanos. Se hicieron así estudios genéticos sobre personas de diversos países, razas y culturas. Lo interesante de la investigación es que, –dejando de lado algunas levísimas variaciones debidas a mutaciones genéticas aleatorias– el ADN de las mitocondrias de TODOS los seres humanos es exactamente igual. Eso quiere decir, en definitiva, que todos los seres humanos que existen sobre la tierra provenimos de una única mujer, a la que se ha llamado, como es lógico, la Eva mitocondrial. (Alberto Barbés)